Pasaba
de la media noche. Las cortinas grises a medio correr de una de las ventanas de
la sala dejaban ver la fuerte y ruidosa tormenta de afuera, cuyo bramido se
hacía casi mudo desde adentro. El vidrio estaba empañado y se notaban en él
varios caminos hechos por gotas de agua y frio.
Creo
que otra vez lo hice… creo que alguien me vio, alguien me habló… ¿qué pudo
haber sido? —dijo ella con un
volumen muy bajo desde el otro lado de la puerta de una habitación. Era una voz
suave, dulce y amodorrada que llenaba la total
penumbra.
Por debajo de la puerta apareció un haz
de luz blanca, se escucharon algunos pasos y finalmente, la melodía de inicio
del sistema operativo de una computadora.
La chica abrió la puerta y salió de su
habitación. A paso ligeramente apresurado se dirigió a la cocina sin prender
luz alguna en su camino, se sirvió un poco de agua y después de beber
ininterrumpidamente carraspeó, como para quitarse alguna sensación amarga o
tajante.
Tengo
que calmarme… ¿qué fue eso? —volvió a hablar para sí misma con un tono suave y
tranquilo para darse confianza.
— Bueno, no importa… será
mejor olvidar todo esto, sólo asumiré que fue un sueño extraño.
Dejó el vaso en el
fregadero. Se dirigió al baño, abrió el grifo y se echó agua en la cara como
para enjuagarse los vestigios del sueño. Se vio a sí misma en el espejo. No
veía nada diferente o extraño en ella: una muchacha de 21 años, de tez clara, pero
no blanca, con marcadas ojeras, las mejillas ligeramente enrojecidas y los
labios resecos por el frio, vestida con un pijama rosa pastel con pequeñas
jirafas.
Delgada, 1.62 de estatura,
de grandes ojos verdes con forma de almendra y facciones armoniosas. Podía
apreciar su cabello suelto, largo y castaño claro que pareciera tornarse de
lacio a ondulado en algunas partes cerca de las puntas. Estaba descalza.
Después de unos segundos de
trance, reaccionó, cerrando el grifo apresuradamente. Regresó a su cuarto y
cerró la puerta con seguro a pesar de que no había nadie más que ella. Eso le
daba cierta seguridad.
Abrió un cajón de su pequeña y
ordenada cómoda. Sacó una libreta pequeña de pasta negra y un lápiz, se sentó
en el centro de su colchón buscando estar cómoda. Comenzó por escribir la fecha
y la hora aproximada.
***
Miércoles. 27 de enero de 2016.
He soñado algo extraño, tanto como para
sentir una perturbación dentro del sueño y querer escribir esto. Puedo recordar
varios detalles… —escribía. Después
lo reescribió, esta vez en el editor de texto de su computadora portátil
mientras se reproducía su selección de música clásica. La noche seguía
transcurriendo. Cuando vio que dieron las 3 de la mañana, decidió que era
tiempo de dejar de escribir y volver a dormir.
Apagó su laptop, la cerró y la
tomó con una mano, con la otra tomó su libreta y el lápiz. Se levantó, dejó la
computadora sobre su pequeño escritorio de madera y fue a guardar su libreta y
el lápiz de nuevo en el cajón. Apagó la luz y finalmente se metió en la cama
para cubrirse con el grueso cobertor.
Vaya
manera de prepararme para el nuevo inicio… quedándome despierta hasta tarde
perdiendo el tiempo... y eso que entro a destiempo debido a que hace poco que
vivo en este lugar. ¿Qué estoy haciendo? Según yo comenzando a ser libre pero,
¿por qué me siento tan vacía? Oh, si… debe ser por eso… por ellos… —filosofaba
con un volumen apenas audible para ella debido a la tormenta afuera.
Tú eres mi única compañía, mi único escucha y amigo. Gracias por
soportarme durante tanto tiempo. Si tan sólo estuvieras vivo… sé que encontraré
a alguien algún día que me ayude a romper con esto. —le dijo tan
melancólicamente a Miel, su pequeño oso de peluche que alguien le había regalado
en su noveno cumpleaños.
El sonido de la lluvia la arrullaba,
una lágrima brotó de uno de sus ojos y rodó por su sien antes de quedar dormida
abrazando al oso de peluche.
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