Esa mañana algo fuera
de lo común sucedía. Sentía como si se hubiera bañado en fuego, víctima de un
intenso ardor por doquier. No ha de ser
nada grave, tal vez sólo sea el comienzo de una ligera fiebre —pensó; así
que comenzó con sus actividades rutinarias. Se bañó, se preparó para ir a la
escuela y se puso en marcha.
Estamos hablando de Leo, Leonardo Martínez. Un
muchacho de 18 años de edad, delgado, trigueño, su estatura oscilaba entre 1.68
y 1.70, depende del momento del día. A veces quisiera sentirse más alto de lo
que su genética le permitiría ser.
Un
muchacho común, no gustaba mucho de leer libros de poesía, pero si algunos artículos
interesantes en internet sobre astrología, las pseudo-ciencias, misterios,
ocultismo, política, economía, sociales etc. Sus dormilones ojos color marrón
oscuro y su delgada y derecha nariz daban a su rostro cierto toque de serenidad
e inocencia que no se alejaban mucho de su forma de ser, incluso infantil a
veces. Su cabello también castaño oscuro medianamente largo al estilo
despeinado, proyectaba parte de su personalidad.
No
era tan bueno en la escuela, ni social ni académicamente.
Recién
estaba comenzando su último semestre. Podría decirse que desde antes se había
hecho de una “mala fama” por ciertas acciones no del todo buenas moralmente,
pero era lo suficientemente eficiente como para ser un alumno regular.
27
de enero. Un día como cualquier otro: caminito
de la escuela, apurándose a llegar, con
su libro bajo el brazo va todo el reino animal —canturreaba en su cabeza,
disfrazando su lado infantil con un gesto bastante serio en su cara mientras
caminaba —precisamente— hacia su
escuela.
Justo después de sentir un repentino auto abandono,
similar a la sensación de estar cayendo mientras se está durmiendo, se dio cuenta de que algo raro estaba sucediendo
—eso, o era él que iba caminando todo
zombi—. El clima y la hora eran exactamente iguales a los del día anterior, le
pareció estar viendo, haciendo y sintiendo de nuevo lo mismo que antes. Era
como un déjà vu, parecía como si
nada encajase. Comenzó a notar algunas cosas: no podía pasar desapercibida la
existencia de una densa niebla que limitaba mucho su visión, no se escuchaba
que hubiera coches pasando, ni gente caminando a su alrededor, no se escuchaba
ruido proveniente de alguna parte. Una presencia que —con silueta humana apenas
reconocible— parecía haber salido de la nada se dirigía hacia él.
Atónito
y algo temeroso comenzó a correr... pero
en un instante se dio cuenta que no había sensación de peligro; en vez de eso,
lo invadió la curiosidad. Corrió nuevamente, esta vez en dirección de esa
silueta. Algo le impedía aproximarse de la forma que él quisiera, apenas y pudo
caminar, sentía como si estuviera cruzando un río donde la corriente hace que
sea difícil avanzar. Se detuvo. ¿Qué es
lo que está pasando? —le peguntó con voz recia para ser escuchado, pero no
hubo ninguna respuesta.
Se
dio media vuelta para tratar de distinguir a alguna otra persona cerca, pero todo seguía desierto.
Se volvió para volver a preguntar, pero esa silueta ya no estaba y, de un
momento a otro todo lo que estaba percibiendo desapareció.
***
Lo despertó su
alarma. 6:30 a.m.
— Ya
veo, un sueño. —fue el primer
pensamiento que tuvo después de abrir los ojos.
Comenzó
sus actividades rutinarias obligatorias: se bañó, se vistió, medio desayunó un
pedazo de pan de elote y lo dejó sobre el comedor; se colgó la mochila al
hombro derecho, tomó sus llaves y salió de su departamento. Era un miércoles,
27 de enero, justo como en su sueño.
¿Qué habrá podido ser esa extraña presencia? —se preguntaba una y otra vez mientras caminaba,
cuando de un momento a otro comenzó a cantar en su mente el Caminito de la escuela... tardó unos segundos en darse cuenta de
lo que estaba pasando, imprimiendo en su cara una inmediata expresión de temor.
—
¿Qué? —se dijo sorprendido. Sólo
decidió no hacer lo que recordaba y siguió avanzando. Notó repentinas
anomalías. Por mencionar algunas: amanecía por el oeste, no era la estación del
año que correspondía, los pájaros no volaban,
sino que revoloteaban murciélagos.
Llegó a la escuela. Cuando pasó el portón,
este se cerró de manera ipso-facta y violenta. Comenzó a sentir miedo de
verdad. Se dirigió a los otros accesos del plantel, pero todos estaban cerrados
también. ¿Qué era esto?, ¿era tal vez una señal de que algo estaba por suceder
y que ya no habría marcha atrás?
Pareciese
como si todo y nada sucediese a la vez, estaba muy confundido, ¿podría tener
eso algún sentido? lo único que vagaba en su mente era la sensación de
angustia, miedo, atracción y curiosidad por querer saber qué era todo eso.
El
día transcurrió sin retrasos, ni retardos, el resto del día fue absolutamente
normal, y conforme pasaban las horas, ese vívido recuerdo no se iba de su
cabeza, la duda de la existencia de una entidad como esa y todas las anomalías
crecía a cada segundo que transcurría.
Mientras regresaba a su departamento,
volvió a sentir algo parecido a lo de la mañana… sólo que esta vez, sintió una
especie de fuerza centrífuga que lo mareaba. Cuando recuperó la lucidez, estaba
botado entre las abundantes hojas y ramas de un gran arbusto. Sentía un enorme letargo. ¿¡Por qué estoy de esta forma!? —Exclamó
a sí mismo cuando se vio sobre la planta.
Cuando
llegó, en vez de prender las luces, solamente se dirigió con prisa hacia su
habitación y se encerró. En vez de hacer la tarea, botó su mochila en un
rincón, instaló y encendió su consola de videojuegos Playstation 3 e insertó un disco que él mismo había quemado, este
contenía varios roms y música de su
gusto. Jugó durante un rato tratando de no pensar en lo que había vivido por la
mañana, pero sentía que sus pensamientos eran cada vez más ruidosos. Quitó el rom de Pac-Man World y colocó su lista de Heavy Metal a todo volumen, esperando que la música fuera más
ruidosa que las voces en su cabeza. Dibujó por horas mientras la música seguía
reproduciéndose.
Dio la
media noche, le dio sueño. Cuando quitó la música, se dio cuenta que afuera
estaba lloviendo. Se bañó, alistó todo para el próximo día y se tiró en la cama…
viajó rápidamente a Morfía.
Aún
en sus sueños podía estar consciente de lo que estaba sucediendo. Sabía que
estaba dormido y que estaba soñando.
Había aprendido de alguna manera a controlar el mundo astral de su mente,
disfrutaba tanto los sueños lucidos porque podía hacer todo lo que quisiera,
podía hacer y deshacer todo a su voluntad.
Vio entonces frente de sí la misma
silueta de la mañana y, de nuevo era indistinguible si era un hombre o una
mujer. Lo invadió una vez más la sensación ardiente de la mañana, esta vez acompañada
de algún tipo de borrosa premonición que no logró interpretar. Cortó el sueño y
abrió los ojos de nuevo.
3:47
a.m. Pasó horas dando vueltas de un lado a otro entre las sábanas de la cama,
preguntándose lo mismo una y otra vez, tratando de darse respuestas o por lo
menos hipótesis convincentes: ¿Qué era?,
¿qué quería?, ¿por qué conmigo?
Al final de toda esa actividad mental volvió
a inducirse el sueño, pero esta vez, procurando quedar profundamente dormido.