La tensión que
ella generaba crecía mientras el sábado avanzaba. Ella ya era la mayoría de sus
pensamientos.
¿Cómo se supone que me la sacaré de la
cabeza? Ella podría estar relacionada
con la entidad o ser esa entidad, ese espectro que me acecha, que me sigue
curioso a cada paso que doy… —sacaba sus conclusiones. Tal vez su existencia
revolucionaría la suya.
Se encontraba jugando un videojuego, su
departamento era un desastre, pero no quería ponerse a limpiar durante una
tarde gris de otro frío viernes. Después de un largo rato sin lograr pasar de
nivel, comenzó a sentir hambre. Su apatía había llegado a un nuevo límite,
mandó todo a la porra.
— El hambre es canija, pero más quien se la aguanta… pero yo no lo soy. —Dijo
mientras iba a la cocina. Hubo un momento en el que miró el reloj y justo antes
de poder leer la hora, sintió que el tiempo de nuevo se detuvo. Se sintió mareado…
al recuperarse del momentáneo mareo, quiso volver, pero lo que vio lo dejó
helado… vio a alguien tirado en el piso frente a él, como su hubiera sido
víctima de un desmayo… se vio a sí mismo.
Tembló de miedo cuando el timbre de su
casa sonó. Estaba de verdad aterrado, sólo podía pensar que esta vez
probablemente estaba muerto.
Fue
a tratar de abrir la puerta. ¿Será que
soy un fantasma?, ¿de esos que hablan esos programas de cosas paranormales?
—pensaba. Para su sorpresa no vio a nadie. Cerró. Estaba tan pasmado, nunca se
había planteado estar así, no sabía cómo reaccionar a esa situación. Caminó
hacia donde estaba su cuerpo tirado, pero este ya no estaba. Esto hizo
estremecer hasta lo más recóndito de su ser, dejó salir el grito de
desesperación que desde minutos atrás estaba tratando de contener.
La puerta volvió a ser tocada, esta vez
repetidas veces y más fuerte
Lentamente controló su extrema ansiedad y
caminó hasta la puerta para volver a abrir
No podía creer lo que veía… tenía frente a
él a la chica que había visto en sus sueño, durante su última estadía en ese
mundo en el coche. Se aterró tanto como jamás lo había estado en su vida, tanto
que le hizo verdaderamente perder la calma, romper una ventana y saltar... Se
golpeó en la cabeza, milagrosamente no quedó inconsciente.
Corrió y corrió como pudo, aguantando la
palpitante sensación de dolor en su cabeza por entre las calles que estaban de
nuevo vacías. Sentía sus piernas entumecidas, el cuerpo pesado, sentía que no
avanzaba. Creyó que se desmayaría del dolor.
Llegó a un pequeño establecimiento en la
esquina de una cuadra, una tienda de convivencia. No había nadie.
No recorrió gran distancia, sin embargo
ya no sabía en dónde se encontraba.
Cuando creyó poder estar más tranquilo, se
recargó en un estante para intentar terminar de recuperar el aliento, el sudor
le rodeaba la cara, sentía los latidos de su corazón en todo su cuerpo.
Se dio cuenta que un poco de sangre
goteaba de su cabeza. ¿Fue cuando caí? Debe
ser la razón por la que siento que mi condición se entorpece —dijo casi sin
lograr articular las palabras.
¿Quién?, ¿quién es la persona que estuvo en
mi casa?, ¿qué es lo que quiere?, ¿Por qué estaba ahí?, vaya, creo me estoy
volviendo loco, ¡loco! —Fue lo último que pensó antes de acabarse su energía y todo oscureciera.
***
Despertó. Tenía
una venda en la cabeza, escuchaba gotas caer en un recipiente. Estaba en un
hospital. Todos los demás pacientes lo miraban.
Definitivamente nada de esto es normal, ¿quién
me trajo al hospital?, ¿fue real lo que viví antes de perder el
conocimiento?... ¿¡Es todo esto real!? —Palpó su cabeza en busca de dolor,
de rastros de sangre, pero no encontró evidencia de lo vivido en el otro mundo.
Pasadas unas horas, él se encontraba todo
pensativo en la cama... todo estaba en silencio. Miraba avanzar las manecillas
de un gran reloj colgado en la pared que estaba frente a él, se percató que a
su lado, en un recipiente de cristal, había una flor.
Una
mujer mayor, paciente también, lo miraba desde la cama de al lado, tenía una
sonrisa en su rostro.
— Eres un jovencito afortunado —le dijo
sonriente.
— No
entiendo… ¿qué es lo que quiere decir?
— Es
bueno que haya alguien que se preocupe tanto por ti. Aunque lo ideal hubiese
sido que algún familiar tuyo te haya traído.
— ¿Qué
está diciendo?
— Que
tienes a alguien que está para apoyarte en todo momento… y fue quien te trajo
aquí.
Eso
si no se lo esperaba, ¿quién lo habría llevado al hospital, si no fuese su
madre?
Entró una enfermera:
— Martínez Leonardo Saavedra, ya llegó su
responsable, por favor espere un momento.
Unos
segundos después apareció por la puerta esa chica que varias ocasiones había
estado viendo en sus sueños o alucinaciones.
—
Buenos días —saludó.
Sus
ojos estaban bien abiertos, ahora ya no tenía dudas, era ella a quien había
visto en otro plano, era ella quien le causaba tanto temor, quien casi lo mata
de un susto.
Se sentó en un banco al lado de Leonardo.
—
No te asustes, no voy a hacerte daño —le dijo de forma jovial.
— Lamento que haya tenido que suceder así…
realmente nunca tuve la intención de matarte del miedo.
No pudo evitar sentir aún más miedo. Con el
limitado movimiento de sus brazos trató de zafarse para salir de allí, pero ella
lo detuvo poniendo sus manos sobre sus hombros.
—
Oye, tranquilo, yo sé que tienes muchas preguntas, y que tal vez no entiendas
nada de lo que sucede pero… de momento no hagas el ridículo otra vez niño.
Definitivamente era ella.
Comenzó a invadirlo la angustia, ella lo
notó rápidamente.
— Escucha…no sientas miedo hacia mí… bueno,
es normal que estés así después de todo… ya habrá tiempo de hablar, muchacho. —le
sonrió.
Era la primera vez que veía una sonrisa
como esa, tan extrañamente relajante. Esto lo quiso hacer creer que no era una
mala persona –o lo que sea que fuese— o al menos lo intentó, pero… ¿cómo
saberlo, si ni la conocía? Ella siguió
sonriéndole cálidamente mientras trataba de entablar una conversación para
generar confianza —en la que él no cooperaba— y luego, cuando finalizó el
tiempo de visitas, se marchó.
Una vez más el silencio, el silencio reinó
en el cuarto de hospital.
¿Cómo es que me ha encontrado?, ¿por qué existe
dentro y fuera de aquél lugar?, ¿quién es ella?, ¿todo lo vivido en ese lugar
es real?, ¿o no?, ¿es ella la prueba de ello?, necesito ayuda… —recitaba lo
mismo una y otra vez de la manera en que un cotorro repite las frases que le
fueron enseñadas por sus dueños. Pasadas unas cuantas horas, por fin quedó
dormido.
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